La niña de rojo

Sabes que la paleta de colores de tu pueblo no es otra cosa que una escalera rota de grises; sabes que el fango y el polvo y el barro y el cielo tapado agotan las ganas y apocan tu alma; sabes, Julia, sabes… lo sientes muy hondo y, sin embargo, no dejas de vestir a Anita de rosado ni ponerle ese chuyito rojo de la rosita. ¡ay, Julia! si todos supieran cuán orgullosa te sientes de Anita cuando la ves desfilar por el pueblo rompiendo la monotonía de sus calles y de los corazones que la habitan. Julia querida, tal vez no lo sabes, son de esas cosas que hacemos sin darnos cuenta, pero en los rosados y en los rojos que le pones encima a tu pequeña, escondes la esperanza que crees haber perdido. Tal vez piensas que es demasiado tarde para ti, pero al menos lo crees para Anita, porque sabes que nadie merece vivir como has vivido; porque crees, en el fondo del sentimiento, que a la vida le quedan colores que quisieras que iluminen el futuro de tu hija. ¡Ay Julia! Eres madre, estás «condenada» a la esperanza, y en tu valiente rebeldía, en tu obsesión por sembrar una rosita en el yermo, en tu corazón de mujer fuerte, yo he visto el color rojo de tu alma.⁣